Un estudio alerta de la alta prevalencia de dolencias de salud mental y pensamientos suicidas en los profesionales tras la primera ola​. Los daños colaterales de la pandemia empiezan a vislumbrarse en las trincheras. Las jornadas maratonianas de trabajo, la carga asistencial, la tensión de la incertidumbre y el impacto emocional de un tsunami de pacientes sin precedentes que abarrotaba hospitales y centros de atención primaria a causa de la covid-19 han pasado factura a los profesionales sanitarios de primera línea. Sobre todo, en su salud mental.

Artículo (La Consulta de Chamberí) - Coronavirus

Ahora afloran las heridas que ya de lejos se veían venir, admiten los expertos. Dos estudios de investigadores del Hospital del Mar de Barcelona revelan que casi la mitad de los profesionales sanitarios presenta un riesgo alto de trastorno mental a causa de la pandemia y el 14,5% sufre alguna patología mental discapacitante. En el peor de los casos está el 3,5% que presenta ideaciones suicidas activas.

Depresión, ansiedad, ataques de pánico, estrés postraumático y abuso de alcohol u otras drogas son los trastornos más comunes entre el personal sanitario a causa de la primera ola de la pandemia. “Nos ha llamado la atención la magnitud. Anticipábamos que una cuarta ola de la pandemia iba a ser de salud mental, pero nos impacta la magnitud y la gravedad”, señala Jordi Alonso, autor principal del estudio y director del Programa de Epidemiología del IMIM-Hospital del Mar. La suya no es la primera ni la última investigación que apunta en esta dirección: un estudio del Colegio de Médicos de Barcelona señalaba que el agotamiento físico y mental de los médicos tras la primera ola era tal que una cuarta parte se planteaba incluso abandonar la profesión. Otra investigación de la Universidad Complutense de Madrid apuntaba que la mitad de los sanitarios tras la primera ola tenían cuadros de estrés postraumático.

La Organización Mundial de la Salud, de hecho, alerta ya de la llamada fatiga pandémica, ese hartazgo y desmotivación de la ciudadanía para seguir las medidas de protección, el agotamiento por la hipervigilancia y el estrés que supone la pandemia. La gente común lo vive, sobre todo, en su vida social y personal, pero los sanitarios lo llevan al máximo exponente también en su vida laboral: durante mucho tiempo han atendido solo casos de covid-19 y han convivido con la incertidumbre del no saber y la falta de recursos para dar respuesta a los pacientes. “Un cóctel”, señalan los expertos, que pone contra las cuerdas, sobre todo, su salud mental.

Entre mayo y julio, los investigadores del Hospital del Mar encuestaron a cerca de 10.000 personas de 18 centros sanitarios de Andalucía, el País Vasco, Castilla y León, Cataluña, Madrid y la Comunidad Valenciana. El 45,7% de ellos presentaron un riesgo alto de padecer algún trastorno de salud mental. “Es normal un aumento de los síntomas de salud mental, pero nosotros hablamos de caso probable, que es algo mayor. Hablamos de necesidad de atención”, concreta Alonso. Es decir, que tienen una alta probabilidad de presentar un trastorno de salud mental, según los resultados de la encuesta, y que precisan de la evaluación de un profesional para confirmar el diagnóstico. El 14,5% de los encuestados, no obstante, presentaban un trastorno mental discapacitante, una patología que afectaba a su vida profesional y personal. “Tienen interferencias graves en su vida cotidiana”, apunta Alonso. Las patologías más comunes son la depresión (el 28% de los casos), la ansiedad (22,5%) o el estrés postraumático (22%), aunque el epidemiólogo señala que también pueden convivir varios trastornos a la vez en una misma persona.

En un estudio previo con una cohorte de más de 5.000 personas de 10 hospitales, los investigadores pusieron el foco en uno de los puntos más graves del cuadro de salud mental: el suicidio. Los expertos reportaron que el 3,5% de los profesionales estudiados habían tenido ideaciones suicidas activas en los últimos 30 días. Es decir, que hacen planes o intentos y piensan activamente en ello. Estos datos indican una prevalencia entre tres y cuatro veces más que en la población general, que se estima en un 0,7% o 0,9% antes de la pandemia, apunta Alonso. También con la depresión, la prevalencia es mucho mayor. “Es seis veces más de lo detectado en la población general con estas encuestas”, apunta el investigador principal. Estas investigaciones se han publicado en sendas revistas científicas, la Revista de Psiquiatría y Salud Mental y Depression & Anxiety.

“La hipótesis que tenemos es que esto es amplio y de una gravedad importante y que buena parte de los trastornos son reactivos al estrés agudo. La duración de estos trastornos puede que sea corta y adaptativa a esta situación, pero no tenemos ni idea de si bajará. En España estamos en la banda alta de prevalencia y probablemente sea porque ha sido un país con alta exposición y falta de preparación”, sostiene Alonso. Los investigadores han vuelto a hacer encuestas tras la segunda ola y prevén tener resultados en breve.

Según la investigación del Mar, las personas que han sufrido trastornos mentales previos a la pandemia, los sanitarios que han estado más expuestos a la covid, los profesionales que se infectaron o tuvieron que hacer cuarentena y las auxiliares de enfermería son los colectivos de mayor riesgo y deben considerarse “grupos que necesitan seguimiento y apoyo a su salud mental”. Solo hasta mayo —último mes del que se tienen cifras— se contagiaron cerca de 41.000 sanitarios.

La sobrecarga emocional

Desde dentro, los sanitarios certifican lo que apuntan los estudios. “Los papers se quedan cortos sobre lo que vemos. Hay un efecto iceberg porque reconocen tarde su situación. Los médicos viven como un fracaso en su profesión estar afectados y no poder ayudar a su población”, señala Ángel Luís Rodríguez, responsable de Salud Mental del sindicato de médicos madrileño Amyts. La central sindical abrió una consulta para atender a los facultativos que precisasen atención psicológica y han registrado más de 200 asistencias. “El miedo a lo desconocido en los primeros meses y el estrés postraumático de ver pilas de pacientes fallecidos o tener que decidir quién entra en una UCI y quién no, es muy duro. Era una situación de estrés que derivó en cansancio y depresión. Ahora lo que estamos viendo es incomprensión porque los médicos parecemos el Pepito Grillo que te dice que no salgas o no celebres la Nochevieja”, explica Rodríguez.

Coincide María José García, portavoz del sindicato de enfermería Satse: “Está cundiendo el desánimo. Aunque tenemos ahí la vacuna, vemos una ola tras otra y grandes rasgos de irresponsablidad en la ciudadanía. Y eso mina la moral y aumenta un agotamiento físico y emocional consolidado”. Una encuesta de la central sindical realizada en mayo reveló que el 15% de las enfermeras requirió ayuda psicológica tras la primera ola. De hecho, muchos grandes hospitales pusieron a disposición de sus sanitarios servicios especializados de atención psicológica y psiquiátrica para atajar la sintomatología de mala salud mental.

“Está comprobado que los sanitarios suelen retrasar la petición de ayuda, particularmente los médicos. Por eso es importante que las personas en más riesgo tengan acceso a la ayuda que necesitan, tanto en dispositivos específicos como en grupos de apoyo lo antes posible”, sostiene Gonzalo Salazar de Pablo, psiquiatra e investigador predoctoral de la Universidad Complutense de Madrid y del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King´s College de Londres. Salazar de Pablo ha participado en un metaanálisis sobre el impacto de la covid y otros coronavirus (como los brotes de SARS y MERS) en los sanitarios y que concluía que más de un tercio presentaba insomnio, angustia psicológica y agotamiento. La perpetuación de la pandemia tampoco ayuda. “Al mantenerse tanto en el tiempo, se genera más desesperanza”, apunta Salazar de Pablo.

“Aún no habíamos salido de la segunda ola y ya estamos en la tercera. Se está creando el cóctel perfecto para que las enfermeras estallen y se vean sobrepasadas. Estamos acostumbrados y preparados a ver al ser humano en el momento más vulnerable, pero no de esta forma que lo hace la pandemia, enfrentándose a la soledad y a la desolación. Es desgarrador”, apunta García. Todo influye. Máxime cuando los sanitarios no partían de cero y arrastraban desde hace años un hartazgo y una carga de trabajo muy elevada. El burn-out, el síndrome del profesional quemado, estaba a la orden del día. “En 2012, en la época de los recortes, ocho de cada 10 profesionales se encontraban estresados y la mitad, quemados. En 2017, la situación había empeorado”, recuerda García. La pandemia ha sido otra piedra, esta más pesada, en una mochila de hartazgo y desazón a rebosar.

Entrevista a Celso Arango

La herida abierta por la pandemia en la salud mental de los sanitarios era algo previsible. Ya había ocurrido con brotes menores, como el SARS o el MERS. En una pandemia de esta envergadura, iba a volver a ocurrir, admite Celso Arango (Palma de Mallorca, 52 años), presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Hemos tenido gente del hospital que ha salido del centro y se ha quedado bloqueado en la M30 con una crisis de pánico”, relata el especialista, que dirige el Instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón de Madrid.

Pregunta. ¿Se esperaban el impacto de esta pandemia en la salud mental de los sanitarios?

Respuesta. Sí, por supuesto. La experiencia de la exposición a un trauma sabemos que es un factor de riesgo para desarrollar un trastorno mental. Cuanto más agudo y cronificado en el tiempo, mayor será el riesgo. Es la exposición continuada a ese trauma, el miedo al contagio y la incertidumbre a no saber cómo tratar al paciente, el tema del triaje y la gestión de quién tienen acceso… todo eso hace un cóctel que cualquier persona expuesta puede acabar desarrollando un trastorno mental. Tenemos que cuidar bien a los que nos cuidan porque si no, la cadena se rompe.

P. Los profesionales sanitarios están entrenados para asumir situaciones de estrés. ¿Qué factores hacen que esta pandemia sea diferente?

R. Estamos entrenados para lo bueno y para lo malo, para ver morir a nuestros pacientes. Pero hay aquí dos variables fundamentales: no estamos acostumbrados a tratar a alguien que sabemos que en condiciones normales y con los recursos suficientes le podríamos haber salvado la vida; y, además, en la mayor parte de los casos, tenemos conocimiento de tratamiento o predecir quién va a ir bien o mal. La incertidumbre es algo que genera mucha angustia y este es un virus desconocido y eso genera al personal mucha incertidumbre.

Con el atentado del 11-M trabajamos 72 horas y nos fuimos a casa, tratábamos lesiones que conocíamos, muchas, pero las conocíamos. Sabíamos cuál era el principio y cuál era el final.

P. Pero en esta pandemia no se ve el final del túnel.

R. Claro. La incertidumbre añadida a la incapacidad de auxiliar y dar los cuidados que uno en condiciones normales podría dar porque está colapsado el sistema.

P. ¿Cuáles son los colectivos sanitarios más vulnerables?

R. Yo no lo diría por profesión, sino por exposición y experiencia. Nosotros hemos detectado menos problemas en los profesionales de UCI, que hacen habitualmente este trabajo. Mucho personal que no solía estar en primera línea de muerte, se ven más expuestas a algo que no están acostumbrados.

P. ¿Cuáles son los trastornos que más identifican en los sanitarios?

R. Lo más frecuente es trastornos de sueño y ansiedad. También trastornos afectivos, como la depresión, o intentos de suicidio y estrés postraumático, evitar cualquier cosa que rememore el trauma.

P. ¿Los trastornos son de larga evolución o siguen un patrón evolutivo diferente?

R. Son como los que aparecen con cualquier otro trauma. Lo que pasa es que uno de los factores mantenedores es que no desaparezca el factor precipitante, en este caso, la covid-19. Seguimos con la pandemia activa y tienen más riesgo de cronificarse.

P. ¿Qué se puede hacer?

R. Estamos haciendo grupos de intervención con 6 o 7 profesionales que, durante media hora, sacan afuera toda la irritabilidad, los problemas emocionales, la frustración, los miedos y lo comparten con sus compañeros. Eso permite que todo eso se quede en el hospital y no se lleve a casa.

JESSICA MOUZO
12 ENERO 2021 – EL PAÍS

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