Psiquiatras, psicólogos y víctimas denuncian la falta de implicación política, sanitaria y social en la prevención de la primera causa de muerte no natural en España.

Artículo (La Consulta de Chamberí) - Suicidio

«Mi madre se quitó la vida el día del debate electoral del año pasado, pero el suicidio es un tema que no se puede politizar y, por tanto, no importa. La vida de mi madre no importa».

Es la primera vez que en un acto público el actor Román Reyes no le pone cara a otro, sino a sí mismo, un personaje transmutado en persona. «Vivo una pesadilla diaria, pero entiendo un poco a mi madre, entiendo lo que supone vivir en la mierda». No ha importado mucho que la mascarilla tapara su boca. Valía con sus ojos. Sentado en la mesa de ponentes, Román Reyes ha interpelado a los sistemas político, sanitario, médico y social, incapaces de reducir la sobrecogedora estadística del suicidio: más de 3.600 al año, 10 al día, uno cada dos horas y media… Y 200 intentos diarios.

A su lado estaba el actor Javier Martín, una de las tres caras de aquel primer Caiga quien caiga de humorística irreverencia. «Yo hasta hace nueve años era feliz. Tenía pareja, familia, amigos, trabajo y dinero. Pero la cabeza empezó a hacerme trampas y me diagnosticaron trastorno bipolar. Y un día en el salón de mi casa, una voz interior me dijo: ‘Tírate por la ventana’. Me empecé a dar manotazos en la cabeza. Pero no se fue. Viví constantemente durante meses con ese pensamiento en la cabeza. Hasta que un día me apoyé en la barandilla de mi terraza inclinado para tirarme…».

Ambas víctimas del suicidio o de sus ondas expansivas han hablado este miércoles en medio de la luminosidad de El Retiro madrileño durante una jornada organizada por la Asociación La Barandilla para reclamar un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, una promesa recurrentemente incumplida. Psiquiatraspsicólogos publicistas han completado una alineación de expertos en un encuentro de datos, palabras y emociones celebrado 24 horas antes del Día Mundial de la Prevención del Suicidio, ese final más o menos elegido que supone la primera causa de muerte no natural en España.

La psiquiatra y teniente coronel Marta Presa dirige el área de Salud Mental del Hospital Central de la Defensa Gómez Ulla y lleva muchos años tratando de cerca a los supervivientes del suicidio y a los familiares de los suicidas. «La conducta suicida avisa, se procesa, muestra signos. Pero estamos fallando en su detección. ¿Qué no estamos haciendo para rescatar a esas personas? Falta prevención por parte de las autoridades, campañas en televisión y radio que dejen claros los síntomas de la ideación suicida. Hay campañas contra la violencia de género pero no hacia la violencia contra uno mismo, que es la mayor de las violencias. Si ves a alguien en crisis, que tiene comportamientos distintos, que come diferente, que tiene gestos nuevos, pregúntale. Hay que hablar del suicidio y de la muerte».

La doctora Presa cuenta que el Covid ha supuesto un crecimiento exponencial de las ideas autolíticas. «Durante los 15 días del inicio de la pandemia no tuvimos ni un ingreso. A partir de ahí, empezaron a ingresar pacientes. Hasta un anciano de 85 años que se había intentado quitar la vida porque no quería contagiar a su familia». Para esta psiquiatra, el coronavirus genera miedo a la enfermedad en sí y a sus secuelas, entre ellas la ansiedad y su sentimiento de incapacidad para desarrollar el trabajo diario. «Tenemos militares que han estado en Afganistán y no controlan esto. Dicen que ya no son los mismos».

También el psiquiatra Celso Arango ha subrayado el indeseable matrimonio entre la pandemia y el suicidio. «Como leí en un artículo, Covid y suicidio es la tormenta perfecta. Tenemos variables que indican que se va a agravar. La infección produce cuadros similares a los que llevan al suicidio: depresión más incertidumbre. Es un estrés continuo. Se estima en un aumento del 20% de los cuadros de ansiedaddepresión y problemas de sueño, una parte de los cuales acabará en trastornos mentales y en suicidios. Ya estamos viendo casos en personas que estaban en tratamiento y se suicidaron durante el confinamiento. Ya vemos las complicaciones de la pandemia y el aumento de ingresos. No tenemos ni una cama libre. En personas vulnerables, el Covid es la gota que colma el vaso «.

Arango lleva décadas estudiando y tratando las heridas de la mente en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid y desde hace un año también preside la Asociación Española de Psiquiatría, dos miradores idóneos para observar el suicidio. «La mitad de las personas que se suicidan han ido al médico antes del acto. Sabemos que el 40% tuvo contacto con su médico de cabecera en los 60 días previos. ¿Qué estará pasando ahora, con una Atención Primaria colapsada? Ahora es más difícil hacer la detección». Y ahí aparece la prevención: «Me pregunto por qué no hay campañas. Hay dos respuestas pero las dos son falsas: es mentira que no se pueda prevenir, porque hay países que han reducido los suicidios un 25% con políticas agresivas de inversión, y es mentira que sea caro para el sistema, porque por cada euro gastado en prevención se recuperan 20. Así que pienso que no hay campañas porque el suicidio vende poco. El beneficio no se ve a corto, sino a largo plazo y además hay un estigma para hablar de la muerte».

Eso lo puede corroborar Junibel Lancho, psicóloga clínica y coordinadora del Teléfono contra el Suicidio de La Barandilla. «Llevamos más de 3.000 llamadas. Están aumentando la ansiedad, el miedo y la angustia, pero cuesta hablar de ello. Nos llaman personas que han dejado sus tratamientos. El Covid está reactivando los miedos».

No fue la pandemia lo que llevó a María Eugenia López Montejo a intentar quitarse la vida dos veces. Fueron el bullyng, los insultos, los zarandeos, los golpes… Seguro que no ayudó mucho aquella monja que le dijo que era como un coche sin gasolina y que así la iban a tratar en el colegio. «A los 14 años me acostumbré a las burlas. Me fui del colegio, pasé dos años buenos, pero a los 16 años me sentía sola, ignorada y una carga para los demás. Era una persona tóxica. Intenté suicidarme dos veces. Quería verme morir». Hasta que otra monja la ayudó a vivir. «Empecé a escribir lo que sentía, a romper el tabú. Salí del armario y aquí estoy, con un trastorno de personalidad obsesivo compulsivo, y luchando contra mis demonios». Lo cuenta todo, y más, en su novela: Casualidades.

«Me apoyé en la barandilla de mi terraza inclinado para tirarme…». Javier Martín lo puede contar. No se arrojó. ¿Por qué? «Vivo en un séptimo con terraza y me pasaba horas dando vueltas por la terraza maquinando si me tiraba o no. Un día me apoyé en la barandilla de mi terraza inclinado para tirarme y me decía: sí, no, sí, no… Pensé que si me tiraba podía no morir y quedarme tetrapléjico. Pero la clave fue que pensé que algún vecino encontraría mi cuerpo y que la Policía llamaría a mi pareja para contárselo. Pensé en la cara de terror de mi pareja y eso me echó para atrás».

El actor también se ha topado de bruces con el sistema sanitario: «Estuve ingresado dos veces. De la segunda no salí muy bien y me dieron cita para dos meses. Me hubiera dado tiempo a quitarme la vida 60 veces. Yo sí podía pagar un psicólogo, pero no toda la gente no se lo puede permitir. Faltan psicólogos en la Seguridad Social. Un político habló con la asociación y dijo que si queríamos concienciar había que hacer mucho ruido. ¿Ruido? ¿Con 3.600 muertos al año? ¿Con 10 suicidios al día? Le preguntaría al político que si esos le parecen poco ruido. ¿Cuántos suicidas necesitan? ¿7.000? A lo mejor los políticos necesitan una foto. O que nos desnudemos con una horca en el cuello delante del Congreso».

A su colega de profesión y de dolor la respuesta del sistema político y de salud tampoco le sirve. Quizá por eso Román Reyes lleve más de 200.000 firmas en la campaña de change.org/stopsuicidios para mejorar la atención a personas con ideación suicida: «Mi madre estuvo ingresada varias veces pero jamás pasó de un mes. La última psiquiatra me decía que le echaban la bronca porque mi madre llevaba ya un mes. ¿Es un problema económico, de medios? Además, ingresar sin intentos autolíticos previos es una odisea. No culpo a los médicos pero es desesperante. Faltan psicólogos y psiquiatras. Un psicólogo en Atención Primaria es un lujo. ¿Estar bien de la cabeza es un lujo?».

-Román, ¿hasta dónde nos importa el suicidio?

– Son muertos de segunda.

RAFAEL J. ÁLVAREZ
09 SEPTIEMBRE 2020 – EL MUNDO

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