Psicólogos y psiquiatras ayudan a superar en Madrid las situaciones a las que se enfrentan los sanitarios y otros grupos vulnerables que afrontan esta epidemia.
Desde que un pernicioso coronavirus invadió nuestras vidas, el mundo tuvo que detenerse, enfocados todos a exponerse lo menos posible para no ser atrapados por el agente infeccioso.
El 25 de febrero se registró el primer caso de Covid-19 en Madrid, un joven de 24 años que había estado en el norte de Italia, en aquel momento epicentro de la pandemia en Europa. Entonces, nadie podía imaginar la rápida expansión que iba a tener este virus –algo que todavía no se explican los científicos–, segando miles de vidas allí adonde llegaba. La estampa en esta región ha sido desoladora: más de 13.000 fallecidos e imborrables instantáneas en las retinas de los sanitarios, propias de una contienda bélica, con hospitales totalmente saturados, un sistema de salud colapsado y mucho miedo ante un enemigo desconocido.
Con este aciago panorama laboral y social, el Colegio de Médicos de Madrid señalaba la semana pasada la importancia de ayudar psicológicamente a los sanitarios, sometidos a niveles extremos de estrés y ansiedad, tanto durante la crisis provocada por el coronavirus como después para, como apuntan varios expertos, evitar posibles secuelas emocionales tras esta oleada de desgracias surgidas de la pandemia.
En este mismo sentido, la Asociación Psicoanalítica de Madrid (APM) reaccionó con preocupación ante las diversas situaciones psíquicas que comenzaron a desplegarse en el comienzo de la crisis y su posterior confinamiento. «Para ello se construyó una comisión Covid-19 específica que pudiera pensar un programa de atención gratuita a las personas que más se están viendo afectadas por la tragedia», explica el psicólogo Pablo Aizpurua. «Esta comisión, de la que formo parte, arranca un programa de voluntariado bajo la dirección de la doctora Elizabeth Palacios, en el que todos los estamentos de la institución se han implicado mayoritariamente», añade. Este programa cuenta, de momento, con 77 profesionales, psiquiatras y psicólogos altamente formados para atender la diversidad de casos y situaciones a las que se enfrentan. Los principales frentes a tratar son la atención al personal sanitario que asiste a pacientes de coronavirus, el apoyo al personal sanitario que ejerce atención en salud mental e intervenciones psicoterapéuticas en emergencias; y también se trata a familias, niños, parejas o personas mayores derivadas de instituciones sanitarias.
Aizpurua, que preside a su vez el Grupo de Psicoterapeutas de Pozuelo, explica que donde se están centrando muchas de las acciones es en la «tremenda dificultad para elaborar los duelos» puesto que «no se permiten los ritos de despedida familiares y sociales que ponen en marcha los mecanismos de tramitación emocional». Pero este virus letal levanta también otros frentes. «Otras situaciones que nos estamos encontrando son el aislamiento de enfermos infectados de Covid-19, las dificultades en las que se encuentran los familiares de dichos infectados, las personas mayores en estados diversos de dependencia y los fenómenos derivados del confinamiento familiar, con especial atención a la situación de los más pequeños», detalla el psicólogo madrileño.
En el último mes, se han ido conociendo miles de historias con final feliz, pero también otras con una culminación más trágica. No son pocos los sanitarios que han tenido que trasladar el último adiós por parte de las familias a enfermos terminales con coronavirus a través de dispositivos electrónicos en los hospitales madrileños. Han sido la última mano a la que agarrarse, aunque tuviera un guante de protección. Otras veces ni eso. «Los sanitarios están absolutamente comprometidos con la supervivencia de los pacientes. Dadas las circunstancias abruptas e invasivas de esta pandemia, se han visto forzados en ocasiones a realizar intervenciones en las que la lucha por la vida de los pacientes ha tenido que abandonarse de forma dramática. Esta trágica situación también está provocando que algunos enfermos mueran solos en su cama porque no hay personal disponible. Digamos que son unas condiciones de trabajo muy distintas a las que emocionalmente venían desarrollando nuestros sanitarios», analiza Aizpurua, apuntando a las consecuencias a posteriori en el ámbito mental de la crisis del coronavirus: «Nos preocupa que esta situación va a producir elementos traumáticos en ellos que veremos aumentar a futuro».
Con todo, este psicoterapeuta resalta la importancia de programas como el desarrollado por la APM que, con el apoyo de una importante red de asesoramiento formada por expertos nacionales e internacionales en la gestión de crisis humanitarias, ayudan a plantear sistemas de intervención individualizados para aquellos trabajadores que están en primera línea cada día. «Esta pandemia nos enfrenta a todos a un imprevisto absolutamente nuevo que podrían tratar en producciones de ciencia ficción. Pues la ciencia ficción se ha hecho real y nos exige la construcción de mecanismos psíquicos que nos permita convivir con esta nueva realidad y eso no es tarea sencilla», señala este trabajador de la Consulta de Chamberí, consciente de que, ahora más que nunca, a los sanitarios les toca ser pacientes.
La problemática de los niños y los ancianos
En este inédito tablero de juego, hay además otros grupos vulnerables a esta crisis del coronavirus. No solo en el aspecto físico, también en el psicológico. Ya superamos los 40 días de encierro obligatorio y las consecuencias pueden advertirse en las personas mayores. «Son conocidas desde hace tiempo las alteraciones psíquicas que conlleva sacar a una persona anciana de su entorno, por ejemplo un ingreso hospitalario. Muchos presentan crisis psicóticas como consecuencias de esos ingresos hospitalarios que suponen una importante pérdida del medio social, en el ambiente de amenaza que supone para ellos estar en un hospital. El aislamiento familiar y social en el domicilio probablemente tendrá unas consecuencias parecidas algo más leves de desconexión de la realidad, aunque actualmente carecemos de datos concretos», expone Aizpurua.
Otro grupo, en el que ya se han tomado medidas, son los niños, que podrán salir a la calle una hora a partir de este domingo para dar un paseo y jugar, siempre que no se alejen más de un kilómetro de su casa. Aunque hay que diferenciar dos aspectos: «Una cosa es el salir del confinamiento y otra cosa es la socialización, que es absolutamente necesaria», apunta el psicólogo madrileño. Los más pequeños podrán jugar con sus familiares, pero no con sus amigos. «Cuando los niños están en su entorno social organizan herramientas defensivas, identificatorias, de pensamiento-reflexión para la resolución de problemas, el ponerse en el lugar del otro, que estando de forma continuada en el entorno familiar no son sentidas como necesarias», arguye. «Los semejantes son los que en última instancia te introducen en un código común, porque para los niños a veces las normas de los adultos se viven de forma autoritaria, como si las mismas no estuvieran sostenidas por un beneficio que no sea la satisfacción del adulto. Ver cómo otros niños aceptan, integran o rechazan las normas enunciadas por los padres, les permiten elaborar su propia formación de la integración y de la convivencia social», concluye Aizpurua.
Pablo Aizpurua Garbayo
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