Reconocer que vas al psicólogo puede ser motivo, en España, de que tu interlocutor frunza el ceño y piense que tienes algún problema. En cambio, psicoanalizarse en Argentina es sinónimo de normalidad; es más, si alguien no hace terapia puede ser sospechoso de tener problemas.

Artículo (La Consulta de Chamberí) - Narcisismo

El país austral ya estaba en recesión antes del coronavirus, acaba de declararse en suspensión de pagos, el peso se devalúa cada día y el freno de actividades por la cuarentena no ha hecho otra cosa que agudizar la crisis económica. Sin embargo, los empobrecidos argentinos están demostrando que pueden recortar muchos gastos, pero no dejar de analizarse.

Cuatro meses después de iniciarse el 20 de marzo la cuarentena obligatoria y de suspenderse los consultorios de atención psicológica presencial -reabrirán la próxima semana-, la gran mayoría de los pacientes sigue atendiéndose por vía telemática: algunos por teléfono y, los que más, mediante algún tipo de videoconferencia a través de WhatsApp, Skype o Zoom. El principal investigador argentino en interacción entre tecnología y psicología, Andrés Roussos, asegura a este diario que el número de personas que dejaron de ver a su terapeuta a causa del confinamiento no supera el 15%.

“Los profesionales que atienden por prestadoras (mutuas) perdieron cerca de un 20% de pacientes al inicio de la cuarentena aunque luego fueron recuperándolos; los que atienden por privado casi no tuvieron bajas”, dice Roussos. “Más de un 90% de los psicoterapeutas se pasaron al mundo virtual; los que no lo hicieron fue porque tenían muy pocos pacientes”, agrega el investigador, que sostiene que ahora “incluso empiezan a aparecer nuevos pacientes en Argentina y también muchos desde el exterior porque el costo es mucho más económico y en el resto de países también hay cuarentenas”.

Este profesor universitario explica por qué los argentinos no pueden desconectarse de sus analistas en la cuarentena; un fenómeno propio de las clases medias y altas, sobre todo en los grandes núcleos urbanos. “Mientras que a nivel internacional está claramente delimitada la psicoterapia como tratamiento para la modificación de una patología, Argentina y parte de Latinoamérica entiende a la psicoterapia no solo como la posibilidad de cura de una psicopatología, sino también como una forma de desarrollo personal”, indica Roussos. “La clase media y alta argentina lo ve como un valor positivo de crecimiento personal, no lo ve para nada disruptivo: nadie tiene vergüenza de decir que va a un psicoterapeuta”, agrega.

Argentina es, de lejos, el país con más psicólogos per cápita. En el 2014 había 198 profesionales por cada 100.000 habitantes, según un estudio de la Universidad de Buenos Aires. Ese mismo año, el Atlas de Salud Mental de la OMS establecía que la segunda nación con más psicoterapeutas era Finlandia, con casi 57 por cada 100.000 habitantes, mientras que España ocupaba la séptima posición, con un promedio de 5,71 profesionales.

Las mutuas y servicios de medicina privada argentinos ofrecen planes que generalmente cubren hasta un 70% del costo de una visita psicoterapéutica. Al decretarse el confinamiento, estas empresas rechazaron hacerse cargo de la atención telemática alegando que no estaba regulada y motivos de seguridad, pero apenas diez días después la intervención del ministerio de Salud logró destrabar el problema y el servicio en línea fue autorizado.

El director nacional de Salud Mental de Argentina, Hugo Barrionuevo, indica a La Vanguardia que la normalización de la atención a distancia “permitió descongestionar los servicios de salud mental de los hospitales porque la atención presencial obviamente aumentaba el riesgo de contagios”. Este prestigioso psiquiatra explica que “dos medidas tomadas por el ministerio de Salud en los primeros días del confinamiento, la habilitación formal de la cobertura de la atención por medios remotos y la resolución que permitió que las recetas de psicofármacos se puedan hacer a través de una foto y después enviar por WhatsApp, realmente fueron clave para la continuidad de los tratamientos”.

La terapia virtual está ayudando a sobrellevar el largo aislamiento, aunque Barrionuevo alerta que “el efecto más importante aparecerá después de la pandemia” y por ello su departamento está concentrado estos días en reforzar el sistema de salud mental especialmente en niñez, adolescencia, personas de mayor edad y adictos al alcohol y otras sustancias.

La privacidad, tanto del terapeuta como del paciente, es el principal obstáculo en las sesiones virtuales, según coinciden todos los profesionales argentinos consultados para este reportaje. Una chica con problemas conyugales que debe encerrarse en el baño porque vive en un micropiso con su pareja o pacientes que se van a hablar al coche para evitar que su familia les escuche son algunos ejemplos. También los terapeutas tienen que lidiar con su entorno doméstico para poder atender con calma y discreción. El aislamiento social no constituye un tema en sí mismo para la mayoría de quienes se analizan, sino que siguen hablando de los mismos problemas que los llevaron a la consulta. Pero hay excepciones, como pacientes que temen contagiarse o una viuda muy reciente que no tiene miedo a la muerte pero sí que le suceda en soledad. También hay quién está contento con la cuarentena, lo que le evita confrontar sus problemas como si el mundo se hubiera apagado.

Argentina es el país con más psicólogos per cápita y el virus no ha impedido que se siga en terapia

“Hay pacientes que están contentísimos de estar en cuarentena: les evita confrontarse con el afuera y me recuerda una cosa que dice Freud y me parece fundamental; cómo toda enfermedad psíquica tiene una ganancia a obtener en el horizonte, cómo uno se refugia en la enfermedad. La neurosis es un poco eso, es refugiarse en la enfermedad para no hacer en el afuera”, explica a este periódico la psicóloga porteña Patricia Rodas. “Si tenías un problema con un jefe, si tenías un problema con una compañera de trabajo, si tenías un problema de verdad… bueno, ahora está todo detenido, sienten que no tienen obligación de andar por la vida”, agrega. “Apago el mundo”, resume.

En cuanto al hecho de que, a pesar de la crisis, los argentinos sigan acudiendo al terapeuta, Rodas afirma que “se está pagando para alivianar y encauzar algún sufrimiento”.

Por su parte, la escritora y psicóloga Natalia Zito considera que “la cuarentena es como una especie de experiencia de laboratorio, como si estuviéramos haciendo un experimento social”. “De pronto se suprimen un montón de cosas que estaban dadas, por ejemplo, la gente iba a la oficina y tenía contacto con gente con la que se lleva mal y, de pronto, nadie va a la oficina”, dice. “¿Qué efecto tiene eso?”, se pregunta.

Zito explica cómo resolvió telemáticamente la atención de pacientes que habitualmente se tumban en el diván y acordó con ellos que se acostarían dejando las cámaras de ambos lados de la sesión apuntando a cualquier lugar. “Dejar la cámara apuntando a cualquier lado permite que una mirada entre pero en una dirección parecida a la del diván; es decir, mi mirada está cuando un paciente hace diván, pero no dirigida a su cara, ni la de él a la mía; entonces me parece que es lo más parecido”, concluye Zito.

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