Los médicos alertan de un retraso diagnóstico a causa de la crisis sanitaria. Cuando llegan al especialista, los pacientes con anorexia y bulimia presentan cuadros clínicos más severos.

Artículo (La Consulta de Chamberí) - Pandemia

Entre sus propósitos para el 2015, María (nombre ficticio) se había prometido “perder peso”. “No desayunar, no comer el bocadillo en el colegio y vomitar si comía mucho”, había apuntado en una libreta. Esas anotaciones, de cuando la joven apenas contaba 14 años, fueron la primera señal de alerta para sus padres. Desde entonces, seis años de subidas y bajadas, un alta y una recaída en su anorexia nerviosa. El último “bajón” fue durante los primeros meses de la pandemia. “Nos quedamos sin visitas médicas, sin contacto. Solos y encerrados”, relata su madre, que pide anonimato. La crisis sanitaria ha agudizado los trastornos de la conducta alimentaria: al estrés y la ansiedad de la situación social se sumaron las dificultades de acceso al sistema sanitario. Los médicos alertan de un retraso en el diagnóstico por la saturación del sistema, recaídas y cuadros clínicos más severos. La Asociación Catalana para la Anorexia y la Bulimia (Acab) ha duplicado las demandas de ayuda.

“Desde marzo a junio de 2020, triplicamos las demandas de ayuda respecto a 2019. En 2019 atendimos 1.950 personas y este año terminaremos con más de 5.000 atenciones realizadas. La covid-19 está pasando factura. El confinamiento favoreció que padres y madres descubriesen que sus hijas tenían un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), personas que estaban en riesgo lo acabaron desarrollando en la pandemia por la situación de incerteza. Ha aumentado el número de casos y la gravedad”, resume Sara Bujalance, psicóloga y directora de Acaba. Entre el 1% y el 4% de la población española tiene algún TCA. Una de cada 20 adolescente lo sufre. Anorexia nerviosa, bulimia, trastornos por atracón. El origen es siempre multifactorial, explican los especialistas, y el tratamiento es largo: cuatro o cinco años, de media. El 70% salen adelante, pero los cuadros clínicos se pueden cronificar y, en el peor de los casos, llevar a la paciente (el 90% son mujeres) a la muerte: el 5% de las personas con anorexia fallecen a causa de la enfermedad.

La pandemia obligó a frenar el diagnóstico y recortar el tratamiento. La saturación de la atención primaria provocó una infradetección de casos, dejaron de derivarse pacientes sospechosos a las unidades especializadas y, en los hospitales, los especialistas tuvieron que limitar sus visitas presenciales por el riesgo de contagio. El impacto de todo ello empieza a reflejarse ahora. Y más que se verá en los próximos meses, auguran los expertos.

“En la primera fase hubo menos demanda de tratamiento porque la gente no se desplazaba al centro de salud o al hospital. Hubo una demora en la solicitud de visitas. Y lo que ha ocurrido ahora es que llegan casos con más severidad, más complicaciones y empeoramiento de los síntomas que tenían”, revela Fernando Fernández Aranda, coordinador de la Unidad de TCA del Hospital de Bellvitge en Barcelona. Un estudio piloto hecho en las urgencias del centro con 32 pacientes y publicado en la Revista Europea de Trastornos Alimentarios señala que, tras dos semanas de confinamiento, el 38% presentó un empeoramiento de la sintomatología y el 56% reportó un aumento de la ansiedad. “Las niñas llegan muy mal, con una pérdida de peso importante. Al haber un retraso en el diagnóstico, vienen con una situación nutricional muy mala y tuvimos que hacer más ingresos”, coincide Elena Dios, especialista en endocrinología y nutrición del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla.

En estos seis años de enfermedad, María ha tenido muchos altibajos y algún ingreso hospitalario en los momentos más críticos. En noviembre de 2018 le dieron el alta, pero volvió a recaer. La Navidad pasada tuvo un “bajón” y con la pandemia, otra vez. “Lo primero que sufrió fue tener que dejar su rutina y volver a casa, dejar sus hábitos de vivir en un piso en Barcelona con sus amigas, la universidad… Cualquier cambio de rutina, sumado a la situación de incertidumbre, le supone mucho estrés”, relata su madre. Se anularon las visitas presenciales con los especialistas y ella tampoco quiso seguir telemáticamente. “Fue muy duro. No sabíamos cuándo, cómo ni de qué manera iba a volver a su rutina. Y todo eso le ponía muy nerviosa. Redujo la ingesta de comida, aumentó la incomunicación, pasaba muchas horas en su cuarto, estaba más triste”, cuenta.

Ante una situación de estrés, como la pandemia y sus consecuencias (fallecimiento de seres queridos, pérdida de trabajo), los TCA se agravan. “Se cierran más en sí mismas y usan la alimentación como válvula de escape”, señala Fernández Aranda. El no poder salir y socializar, básico para combatir el aislamiento de estas dolencias, también dificulta la recuperación. “El encierro, más horas solas, genera ansiedad y, sobre todo en las bulímicas, hace aumentar las purgas y los atracones. En la anorexia, provoca más restricciones y deporte compulsivo, entre cuatro o cinco horas al día incluso” para combatir el riesgo de sedentarismo y aumento de peso, sostiene Dios. De hecho, para las pacientes, el virus era lo de menos. “Estaban más preocupadas por cómo las medidas del confinamiento podían influir en su conducta alimentaria más que por el miedo a la covid-19″, señala Marina Díaz, jefa de sección del Hospital Clínico San Carlos y presidenta de la Sociedad de Psiquiatría de Madrid.

Se agravan los síntomas, pero no la conciencia de la enfermedad. “A nivel cognitivo, las pacientes también empeoran a causa de la desnutrición grave”, apunta la endocrinóloga del Virgen del Rocío. Y eso complica, también, el retorno a la terapia y la adherencia al tratamiento. Dios admite que están en proceso de “recaptar” a algunos pacientes que han abandonado el circuito asistencial. “Se han intentado mantener las consultas telemáticas, pero no hemos podido llegar a la parte médica, como pesarlas de forma regular o que vengan al comedor terapéutico. Con la pandemia, el acceso al sistema está más limitado y se pospone todo. En nuestras unidades, además, hemos tenido que disminuir las plazas del hospital de día para mantener la distancia y las medidas de seguridad, con lo que la lista de espera aumenta”, apunta Díaz.

La Acab alerta de no minimizar conductas de riesgo. Por ejemplo, las dietas. “Hemos normalizado el riesgo de la dieta y es peligroso, sobre todo, en la franja adolescente. Tiene que alarmarnos”, avisa Bujalance. Coincide Dios: “Todo lo que sea perder peso en adolescentes, tengan el peso que tenga, hay que mirarlo. En niñas obesas cuando empiezan a perder peso se ve socialmente como algo positivo, pero hay que tener cuidado. He visto a una chica que en febrero pesaba 80 kilos y ahora 40”.

Lo peor, advierten los expertos, está por venir. “En los próximos meses veremos un número muy alto de primeras visitas. Y vendrán en condiciones peores”, alerta Dios. María, por ejemplo, ya ha vuelto a clase y se encuentra relativamente bien, dice su madre, aunque prefiere no hablar del tema en casa. Su familia, no obstante, no baja la guardia: “Confío y creo en ella. Es una luchadora y lo va a conseguir. En quien no confío es en el trastorno, que es muy cruel y está en cualquier esquina esperando el momento de vulnerabilidad para atacar”.

ATRACONES E INGESTAS COMPULSIVAS EN LOS OBESOS

La pandemia también ha pasado factura a las personas obesas. Según una encuesta de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, realizada a sanitarios que tratan esta patología, han aumentado los trastornos de la conducta alimentaria en las personas obesas. Un 38% de los profesionales han detectado en los pacientes trastornos de la conducta alimentaria y un 39% empeoramiento o aparición de enfermedades metabólicas, como la diabetes. “Ante cuestiones emocionales, con el estado de ánimo más deprimido, han usado más la alimentación como válvula de escape”, sostiene Fernando Fernández Aranda. Elena Dios sugiere tratar la obesidad como un TCA más. “Quizás es un TCA ya de base. Más del 30% de las personas con obesidad presentan un trastorno por atracón o son comedores compulsivos”. La incertidumbre que rodea a la crisis sanitaria simplemente agrava estas conductas. “Confinados, la ansiedad aumenta y favorece comer de forma compulsiva”, zanja.

JESSICA MOUZO
01 NOVIEMBRE 2020 – EL PAIS

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