La pandemia provocó una enorme crisis de salud mental. El aislamiento físico, el miedo, la pérdida económica y la desinformación han extendido el malestar psicológico en la población. La información es el primer antídoto ante la incertidumbre.
El coronavirus nos trastocó la vida de golpe. Enfrentamos pérdidas económicas, personales y sociales y la falta de certezas en una realidad mutante.
La escasez de pruebas diagnósticas, la imposición de medidas de salud pública como el aislamiento, las pérdidas laborales, financieras y los mensajes contradictorios se encuentran entre los principales factores estresantes que incrementan los trastornos psíquicos.
Vivir exige vislumbrar el futuro de la realidad. Desde aquí, con lo que nos queda, investiremos proyectos individuales y colectivos. Para eso estamos. ”Cambia, todo cambia”, canta Mercedes Sosa. Estamos acostumbrados a los cambios.
Sólo las catástrofes implican un cambio total. Llamamos “catástrofes” a aquellas inclemencias del entorno (natural y social) de las que aún no hemos logrado independizarnos: padecemos una catástrofe multidimensional (sanitaria, política, social y económica).
Casi nunca estuvimos tan desconsolados y abatidos ¿Ese malestar derivará en construcción colectiva o volverá como un búmeran destructivo sobre nosotros? Es necesario investir un futuro… ¿hay futuro? Sólo hay tristeza y angustias. Sobre las ruinas habrá que trabajar en la reconstrucción de los niveles de vida pero, sobre todo, de los proyectos de vida.
La pandemia gravita en la multiplicidad de sufrimientos que aquejan a quienes buscan ayuda terapéutica. Los duelos masivos y temores hacen zozobrar vínculos, identidades, proyectos personales y colectivos.
La pandemia ha plantado las semillas de una enorme crisis de salud mental. El aislamiento físico, el miedo, la pérdida económica y la desinformación han extendido el malestar psicológico en la población. La información es el primer antídoto ante la incertidumbre.
Predominan las consultas: oscilaciones intensas de la autoestima y desesperanza, apatía, hipocondría, trastornos del sueño y del apetito, ausencia de proyectos, crisis de ideales y valores, identidades borrosas, impulsiones, adicciones, labilidad en los vínculos, síntomas psicosomáticos, sin contar las perturbaciones en los niños .
Las depresiones y su padecimientos predominan, sus motivos de consulta se agrupan en categorías:
a) Estados de ánimo y afectividad: tristeza, baja autoestima, autorreproches, pérdida de placer e interés, sensación de vacío, apatía, ansiedad, tensión, irritabilidad, inhibiciones varias;
b) Pensamiento: concentración disminuida, indecisión, culpa, pesimismo, crisis de ideales y de valores, pensamientos suicidas;
c) Manifestaciones somáticas: alteración de algunas funciones (insomnio, aumento o disminución del apetito, disminución del deseo sexual); dolores corporales (cefaleas, lumbalgias, dolores articulares) y síntomas viscerales (principalmente gastrointestinales y cardiovasculares).
Los deprimidos presentan una visión pesimista de sí mismos y del mundo así como un sentimiento de impotencia y de fracaso. Hay pérdida de la capacidad de experimentar placer (intelectual, estético, alimentario o sexual).
La existencia pierde sabor y sentido. Se sienten aislados y abrumados. El depresivo es un agobiado en busca de estímulo. Un ansioso en busca de calma. Un insomne en busca del dormir.
Los pacientes deprimidos presentan pérdida de energía e interés, sentimientos de culpa, dificultades de concentración, pérdida de apetito y pensamientos de muerte o suicidio. El humor deprimido y la pérdida de interés son los síntomas clave de las depresiones. En ellas se manifiesta una pérdida de energía que empeora el rendimiento escolar y laboral y disminuye la motivación para emprender proyectos.
La inhibición es su trastorno fundamental. Ese agobio se expresa en la temporalidad (“no tengo futuro”), en la motivación (“no tengo fuerzas”) y en el valor (“no valgo nada”).
Los depresivos toleran poco las frustraciones. El alcoholismo y las adicciones son una automedicación y suelen ser la otra cara del vacío depresivo. A la implosión depresiva le responde la explosión adictiva, a la falta de sensaciones del deprimido le responde la búsqueda de sensaciones del drogadicto.
La depresión y el abuso de sustancias forman un círculo vicioso, pues son un intento de liberarse de la depresión y el daño que experimentan por ello la acentúa.
Las depresiones representan, después de las enfermedades cardíacas, la mayor carga sanitaria si se calcula la mortalidad prematura y los años de vida útil que se pierden por incapacidad. El Global Burden Disease (llevado a cabo por la OMS) postula que las tendencias de la salud son principalmente: envejecimiento de la población; propagación del HIV e incremento en la mortalidad y la incapacidad relacionadas con el tabaco y la obesidad.
Este estudio también situó en segundo lugar a la depresión entre las causas de DALY (disability-adjusted life years), por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedades vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, las infecciones de las vías respiratorias, la tuberculosis y el HIV.
Los psicoanalistas no podemos delegar en los dirigentes, epidemiólogos y sanitaristas sino que debemos asumir protagonismo en estos debates. El drama es que nos exige pensar no sólo en qué vale la pena conservar sino qué vale la pena construir.
LUIS HORNSTEIN
23 JUNIO 2021 – CLARÍN